que se come la mano
y rabia con el mudo hervor
de un idioma domado.
Hay un hombre
exhausto de espigar un faro milenario
que titila sobre negras espumas
y negros acantilados.
Hay un hombre
palpitante de sangrar salado
que se hizo dios de morirse
en cada solitario tranco.
Hay un hombre
en la inmensidad de lo humano
que se detiene, otea el horizonte
y corre cansado.
Aunque el estertor que lo hace audible salga rubricado por mis bronquios, Antonio Romero, Antero, es el inspirado responsable de alumbrar el poema, así como de incurrir en la gentileza, completamente inesperada, de dedicármelo. Supongo que no pretendía dejarme boquiabierto y sin léxico que tripular, pero tal fueron los preámbulos de la gratitud que quisiera elevar desde el tabernáculo de esta entrada. En cuanto al tapiz musical que caracolea al fondo, corresponde a un fragmento de «Child's Footprint Duo», trecho perteneciente a la banda sonora que el violonchelista Ernst Reijseger compuso para el documental Cave of Forgotten Dreams dirigido por Werner Herzog.