Y lobo siempre que me quiero
ladrando, sin cadenas,
tres corazones llevo
en la jaula ciega del pecho:
uno muerde por traición,
otro lame a lengua suelta
y el tercero, que es peor,
su orina leal me bombea
en la sangre a la que debe
la suerte, quizá locura,
de su perra querida vida.