Refiere el feliz suceso que hubo lugar entre una campesina sorprendida por un gentilhombre mientras aquella dábale paz a la vejiga y este, a hurtadillas, cosechaba beatitudes.
Fue en un campo de amapolas,
entre heridas cuyo llanto
iba piadoso a mamar,
que de pronto descubrí
la micción hecha sonrisa
en la plegaria dispuesta:
«Este supremo convento
que tantas cruces tragó
sólo admite al que está dentro
en penitencia de amor».
¿Qué más le da —supliqué—
a esa hermana fervorosa
volverle la pena rosa
a otro devoto sin flor?
«Si es un duelo, Dios no quiera,
ese fiel lo que padece
hallará cuanto merece
en el prado aquí extendido».
Si bien está el entendido
¿es tendido al campo raso,
bajo las aves de paso,
el de usted consuelo suyo?
«¿Tiene por ojos acaso
un mal puñado de abrojos
para cubrir en arrojos
esta corola que amaso?»
Novicio amparado sería
ese clavo del tormento
si al doliente al fin pusiera
en sagrado acogimiento.
«Sígame, pues, peregrino,
no achante más su destino,
que tiene quien por delante
le vaya abriendo el camino».
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