Cada vez que llores,
niña perdida,
regarás la flor carnívora
de mi santidad,
cuya ambición —ya lo sabes—
se concentra en la fragancia
de no tenerla.
Con tus lágrimas haré cubitos
para el vaso de la hoguera
en que suelo ahogar mi llanto,
fuego negro, por haberte sepultado... viva.
penetrante como una pasión del extremo que araña los brazos y las piernas e hincha la lengua que desborda, la primera palabra que una vez, y blasfemia y fuego, de esa belleza, más allá de la necesidad y de una gravedad e incluso de una certeza, y en tu voz, como rocío de Lautreamont desvirgando cielos...... me poseyó leerte, como si te llevaras las coartadas y las tempestades, los altares y los infiernos, en un sadismo y en un vuelo, incondenable para no sé qué furor
ResponderEliminarImposible no desbordarse sobre los acantilados de tu sensibilidad.
ResponderEliminarGracias por el magnetismo de tu visión, sibila Mareva.