Que nadie me quite el cachito de dios
que al nacer
con mi muerte me dieron.
Siempre tuve por arte no dejar
títere con cabeza
y aún sigo en gracia de probar
bajo ese filo la mía.
Todo ser tiene su ciencia,
toda ciencia su nada
y en mitad, el muladhara,
de una obra desatada
sin abono de calmantes.
Vestir cada mañana
el uniforme de simio,
sentirse en él red sin araña,
la eternidad de noche enmarañar
hasta otear en el ayer el día después.
Laberinto bien amueblado
es el cráneo sin techar;
el mundo está meditado,
solo queda improvisar.
Ver los árboles crecer
en el polvo que fui y que seré:
no pido más para qué.
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