13.5.15

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Por más que fuera evidente
la belleza no fue culpable
de obligarme a tus encantos;
lo fue el cansancio de mi aliento
repetido en tu mirada y uncido
blanco exponencial de aprobación
en el ojo por ojo especular 
de la presencia dividida.

Nadie encenderá velas a mi desvelo,
tarta de humo que reparto 
a los cuarenta y un desdobles de mis mayos 
entre la concordancia inculcada de las carencias 
y lo absoluto que, de cerca, cércame más
sin hacerme suyo todavía.

No habrá mayor embriaguez
que la vertida en el cáliz roto
del tiempo inventado, remedo
de homenaje al horror sin remedio
que siento ahogarse, invertebrado,
en el error que me sustenta
sobre otra frontera violada
de más o menos a menos.

Si todo dios duele de sí
en la vida que cree ser,
a cada diablo corresponde
reírse del dolor todo 
en todo el ser que imagina
estar haciendo vivir.

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