¿No era yo cuando era él quien azuzaba
—despacio, frío y abrasivo como el viento—
sobre la piedra invisible que me invento
para encallar al otro yo que me agitaba?
Indiscernible de la histeria del momento,
auge y caída se fundieron a trasmano;
después me puso encima su excremento
y ya me toman de las turmas por humano.
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