Sórbome el cáliz del corazón
—fetos, anémonas, escarabajos—
por ese borde que su razón espesa
y todo cuajo de dolor espanta;
razón que pesa el alma en el estrago,
y a cada trago araña o desentraña
una ciencia que del nicho,
acorazado, da el latido...
¿Crujen tus límites
o son los míos?
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