En mi oficio de tinieblas
robo estrellas y luceros
desde el lado más siniestro
de tu cama,
que es mi proa,
tallada con matices
de mimos,
perdida entre arrecifes
de pecas,
mientras sigue la derrota
que en tus labios,
ausentes, se deshace.
Tu amor me vale
como el sudor
que a un instante nace
de marchitarse,
que antes de llorarse
en sus perlas se ofrece
por qué sé yo;
has de saberlo,
ya no hay remedio:
te yo qué sé.
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